domingo, 12 de septiembre de 2010

Francis Bacon


La pintura de Bacon abrió heridas en la belleza, horadó el sentido
iconográfico del cuerpo para someterlo a una pesadilla pictórica sin
precedentes en la pintura de occidente. Supo como nadie retratar la
soledad de seres desgarrados por la vida que tratan de limpiar sus pecados
en sucios y desolados lavados; seres alumbrados por un sol degollado y
concentrado en una anémica bombilla la cual ilumina, de malas maneras,
estancias huidizas.

Bacon presenta el cuerpo como un objeto mutilado que regresa a la animalidad. En su pintura
el hombre padece el desgarro de la carne, que es interpretado como el fin del cuerpo y
los simbolismos de la "carne" como último reducto del yo. Una visión desesperada que
nos adentra en el territorio de la decadencia y la alienación: el éxtasis, el deseo de la
carne, los fluidos, el detritus, la mutilación y la muerte que invaden sus telas.


Bacon disecciona el cuerpo como un cirujano enfrentándonos a
nuestra fragmentación fundamental, a nuestra vulnerable condición de
seres seres desmembrados. Por ello Bacon rechaza la representación del
cuerpo como globalidad, porque considera que la mirada del otro -
representada y encarnada en la imagen- esta claramente fragmentada. Así
las obras de Bacon describen las etapas de una metamorfosis que
evidencia el aspecto larvario del individuo.


Bacon realiza una anatomía de la autodestructividad humana, ensaya
atrapar la intensidad de la experiencia corporal en esos momentos de dolor
yéxtasis que prefiguran la desaparición física y nos enfrentan al cadáver.
La muerte invade así las telas de Bacon, el cuerpo se desfigura, se
pudre, vulnera la frontera de lo orgánico y los detritus lo invaden todo: El
cadáver es el punto culminante de la abyección. La muerte infecta la vida.
Extranjería imaginaría y amenaza real que acaba por engullirnos.

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